sábado, 8 de febrero de 2014

Prisionero en dualidad.









 Micro-Cromos "Rojo". Armando Rabadán. Oleo sobre lienzo.


Ya ha pasado más de un año de la esperada primavera consciencial y tengo la perspectiva suficiente para compartir cómo he vivido los meses que siguieron al 21 de diciembre de 2012, después de un silencio auto-impuesto con alguna excepción. Y siento la necesidad de hacerlo desde aquí a modo de agradecimiento a los lectores del blog, que no han dejado de crecer aunque no haya escrito casi  nada en todo este tiempo. 

¿Qué pasó en   cuando llegó el esperado solsticio de  invierno de 2012?  Pasó que sentí miedo. Miedo a estar equivocado, a ir contra-corriente y al mismo tiempo miedo a no experimentar la metamorfosis del llamado salto dimensional. Y el miedo me impidió ser libre y  sin libertad no  se expande la consciencia. Tuve una noche oscura en forma de decepción, que he ido superando a base de paz y ciencia, confiando ciegamente en la providencia. 
  
Hace unos días almorzando con mi hija, que ya es una preciosa realidad de personita adulta, me preguntó qué era esto de la espiritualidad y le respondí que era algo muy parecido a un videojuegoque bien podría llamarse "Prisionero en Dualidad". Le expliqué  que el juego consiste en viajar a un mundo que es verdad pero no es real,  olvidando lo que somos, para recordar nuestra esencia divina, interpretando un sinnúmero de personajes (el gran teatro de la vida) que viven las más variadas y diversas experiencias en una colosal matriz holográfica en las que interrelacionan con otros jugadores que tienen el mismo propósito. Los jugadores pueden ponerse de acuerdo para jugar juntos y establecer estrategias, aunque  olvidaran estos pactos al comienzo del juego. No hay límites de partidas y el número y la duración de las mismas depende de las decisiones que se tomen en el juego, conservando en cada nueva partida el nivel de recuerdo adquirido en la partida anterior. 

Como en todo juego hay trucos para llegar antes al final del mismo. Entre los trucos destaca la meditación, que permite hacer pausas en el juego y recobrar en parte la memoria. Pero sin duda los atajos más poderosos son confiar en la providencia, llevar una vida sencilla y ejercitar los dones y talentos.  

Lo más interesante del juego es que cuando se  recuerda  lo que somos se puede seguir jugando sin jugar. Es lo que los despiertos llaman vivir viviendo y equivale a la felicidad, a ser libres, a no tener miedos, ni egos, ni contentos, ni sufrimientos, a ser en lugar de estar. 

Después de contarle todo esto, mi hija, que había estado en todo momento muy atenta a mis palabras, me miró fijamente y me dijo: Parece más convincente que lo que me explicaban en clase de religión, qué guay. Me dió un beso y se levantó de la mesa. Yo observe como se marchaba y  me dije: Qué bonita partida está jugando y qué suerte tengo de jugar yo la mía con ella...